Hay un pasatiempo que silencia mi locura.
Una historia que idolatra mi insomnio
y tus ganas de comerte el mundo
sin agallas.
Esta campesina tiene las manos rotas de tanto fregar promesas.
El océano es simplemente algo
que esconde el fondo más oscuro
de mi alma
y la separación de tus continentes
se funden en puentes
de cerillas
que no tienen intención de prender.
Ha soplado un instrumento de la selva
que no entiendo,
ni sé cómo utilizar,
pero me gusta su sonido.
Porque por una vez,
a las circunstancias se las lleva el viento
pero las promesas se quedan conmigo.
Esta bandera ha dejado el blanco y negro de lado,
y ondea gris
sobre las copas de los árboles
que no se riegan con alcohol.
A veces no necesito comer.
Ni devorar(me).
A veces mi cuerpo sabe dónde está y no se queja.
Los amaneceres color mostaza
son amargos y la miel
del cielo de las putadas
se desliza por esta piel
liberada de poros.
Ya hemos sudado todos los virus que nos mataban.
Una habitación sin vistas
se ha blindado al mundo
y la cuarta pared
ha sido doblegada
ante un público
que no quiere ser visto.
Mi cafetera exprime un líquido
que curte,
pero que no resucita.
La búsqueda de la droga
que ayudaría a desequilibrar
este nuevo orden.
El campo de batalla
de la guerra santa
que lucha en periodo de paz.
Charlie, no siento el corazón.
Las velas iluminan más que el 2016
pero menos que tu mirada.
Y este cuerpo
maltratado
ha dejado de matarse
nadando a contra-sangre,
dejándose llevar
por los canales de Venecia abajo.
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